TEMAS
· Injusticia
· Pobreza
· Hambre
· Violaciones
· Esclavitud
· Corrupción
PROBLEMÁTICA
Los campos
bananeros son descritos en la novela como una “prisión verde”, por la
misteriosa atracción que ejercen sobre los trabajadores que viven ahí, quienes,
a pesar de ser explotados y vejados en ellos, sienten el impulso a quedarse
trabajando ahí a pesar de todas las dificultades.
Amaya
Amador empieza su relato en el ambiente de una de las oficinas de las
compañías, en la que un “jefe gringo” —Míster Still— intenta convencer al
terrateniente Luncho López para que le venda sus tierras a la compañía
bananera. En su intento para convencerlo le ayudan dos amigos de López: Sierra
y Cantillano, quienes ya vendieron sus tierras e intentan influenciar a su
amigo para que haga lo mismo, pero él se rehúsa tercamente.
Después de
la reunión con los terratenientes, aparece en mala facha el señor Martín Samayoa,
quien después de haber derrochado el dinero que le dio la compañía por su
terreno, buscaba la ayuda de Míster Still para que le diera un trabajo de
capataz, pero éste lo despreció y lo mandó a buscar trabajo de peón.
Desalentado por el desaire y sin dinero, Samayoa tuvo la suerte de conocer al
campesino Máximo Luján, quien lo llevó a vivir a su casa, un lugar miserable en
el que vivía hacinado con otros trabajadores de la bananera y le consiguió
trabajo como regador de veneno.
El capataz
de la compañía, que le dio el trabajo a Samayoa, y para el cual trabajaba
también Máximo Luján, era un hondureño que hablaba con acento agringado, porque
era tanto su servilismo que quería imitar a sus jefes, con lo que se ganaba el
desprecio y la burla de los que para él trabajaban, aunque por razones obvias
no se atrevían a decírselo de frente.
En cada
episodio del libro siempre hay alguna injusticia de parte de la Compañía que
provoca la indignación de los campesinos. Aunque no todos tienen la misma
conciencia de su situación, hay quienes se han acostumbrado a la opresión, la
ven como lo más normal del mundo, y no protestan. Pero el grupo de Máximo Luján
va adquiriendo cada vez más conciencia social. En contra de los que proponen la
violencia ciega como respuesta a la opresión —como el viejo Lucio Pardo— Luján
propone que la victoria de la clase obrera reside en su capacidad de
organización, y que hasta que no hayan creado su propio partido político y
derribado a la dictadura no podrá haber un cambio en las condiciones de vida de
los campesinos.
La lectura
de unos periódicos obreros, que Luján comparte en tertulias por las noches con
sus compañeros, le confirman en sus convicciones revolucionarias y le ofrecen
nuevas perspectivas. La muerte de un compañero regador de veneno —Don Braulio—
produce indignación y hace reflexionar a los campesinos. Frente al cadáver de
su compañero, quien murió doblegado por la tuberculosis en plena faena, Luján
dice:
“Este
hombre fue uno de los tantos engañados y explotados. Puso su fuerza vital en
las plantaciones, primero con el anhelo de hacer fortuna y, después, por la
necesidad de ganar un mendrugo. ¡Se lo comió el bananal! Murió de pie, con la
‘escopeta’ en la mano, sirviendo a los amos extranjeros”.
Sobre los
partidos políticos tradicionales: el Partido Nacional y el Partido Liberal,
Luján opina que “tienen la misma esencia: oligarquía; padecen la misma
enfermedad: demagogia; y sirven al mismo patrón: las Compañías Bananeras” … “En
política necesitamos algo distinto al caudillismo tradicional, al compadrazgo,
al paternalismo de las ‘gorgueras’. Necesitamos que los anhelos de las masas
trabajadoras se plasmen en un ideal político, y este ideal, en un verdadero
partido de los trabajadores, partido revolucionario de verdad. Ya no debemos
creer en los hombres-ídolos: de sus promesas está llena nuestra historia
política”.
Las mujeres
también son víctimas de la opresión capitalista de las bananeras. La miseria
obliga a muchas campesinas a dedicarse a la prostitución. A una mujer del grupo
de Luján —Catuca Pardo— el capitán Benítez la viola, la deja embarazada y luego
no se hace cargo del niño. Un jefe gringo —Míster Jones— se enamora de Juana,
otra mujer del grupo de Luján, pero ésta tiene marido, por lo que rechaza sus
ofrecimientos. Ante esto, otro jefe gringo decide mandar a matar al marido para
dejarle abierto el camino a su compañero.
Luego de un
tiempo, Juana hace un acuerdo de sexo regular para el gringo enamorado a cambio
de dinero, además de un trabajo como regadora de veneno. Esto lo hizo para
ayudar al hijo de Catuca. Juana nunca supo quién había matado a su marido. El
agringado capitán Benítez también estuvo involucrado con ese asesinato.
Al
terrateniente Luncho López lo convencen para que trabaje como productor
independiente de banano, con un acuerdo con la compañía. Luncho López se
ilusiona con su nuevo papel de empresario bananero, pero la compañía no le
provee de los insumos acordados y le hace caer en la ruina. Ahí se da cuenta
que lo engañaron para hacerlo caer en la quiebra para forzarlo a vender su
propiedad. Pero López aun así se niega tercamente a venderles. Ante esta
negativa, el gobierno nacionalista interviene, y amenaza quitarle sus tierras
por la fuerza. Luncho López muere de tristeza, porque él había sido un gran
defensor de la dictadura nacionalista. Ahí se dio cuenta de la actitud apátrida
de las autoridades del gobierno.
Los otros
terratenientes Sierra y Cantillano terminan en la ruina luego de ser estafados
en un negocio por Estanio Párraga, un abogado de la Compañía que también era
diputado del Congreso Nacional. Estanio Párraga era el abogado que había
engañado a Luncho López. Sierra y Cantillano terminan pidiendo trabajo de
peones en la compañía, como ya le había tocado a Martín Samayoa.
La
situación de los trabajadores empeora cuando suben de precio los productos de
los comisariatos, que eran propiedad de la misma compañía. A los trabajadores
el gobierno les cobra impuestos para crear escuelas y hospitales, y sin embargo
no reciben ninguno de esos servicios.
Cuando
muere un conductor de una grúa en un accidente, un jefe gringo se enoja con el
difunto por echar a perder la máquina con valor de miles de dólares y grita
encolerizado: “¡Mejor se hubieran matado cien desgraciados!”. Esto provoca una
gran indignación de los trabajadores que no soportan tantas vejaciones, por lo
que deciden ir a la huelga. Y deciden nombrar a Máximo Luján como director de
la mimas, quien acepta el cargo a pesar de que piensa que la huelga se ha hecho
en forma prematura.
Lo que
sucede a continuación le da la razón a Luján. La huelga es rápidamente
reprimida por los militares. A los compañeros de Luján se los llevan presos, y
a él lo matan y lo entierran debajo de una mata de plátano.
El viejo
Lucio Pardo, como venganza de la muerte de Luján, a quien le tenía aprecio como
si fuera un hijo, hace volcar el motocarro en el que se conducían un jefe
gringo: Míster Foxer; dos capataces: Encarnación Benítez y Carlos Palomo; y el
coronel que mató a Luján. Todos ellos mueren en el accidente. Los jefes gringos
quieren dar un castigo ejemplar, y por medio de torturas pretende hacer
confesar a Lucio y sus amigos sin lograrlo. Pero los ex-terratenientes Sierra y
Cantillano, que no son tan fuertes, confiesan bajo tortura un crimen que no
cometieron. Ya iban a matar a Sierra y Cantillano cuando Lucio Pardo, con el
fin de liberar a los inocentes, se presenta ante sus verdugos para confesar que
él fue el autor del atentado. Lucio
Pardo muere ahorcado a mano de los militares.
El libro se
cierra con los amigos recordando a Máximo Luján y su legado: “La prisión verde
no es solo oscuridad. Máximo encendió en ella el primer hachón revolucionario.
Otros cientos de hermanos se encargarán de mantenerlo enhiesto”.
muchas gracias por la informacion me ha servido mucho en mi tarea sobre el libro,
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