Fue un periodista y uno de los más prolíficos escritores de Honduras.
Después de trabajar como peón en los campos bananeros de la costa norte inició su carrera de cuentista y su narración «La nochebuena del campeño Juan Blas» salió a luz pública en el número 15 de la revista ANC, órgano de la Asociación Nacional de Cronistas, editada en Tegucigalpa y correspondiente al 31 de diciembre de 1939.
Ramón Amaya Amador, narrador y periodista, es uno de los más prolíficos escritores del país y quien tiene más obras publicadas: Prisión Verde, Amanecer, El Señor de la Sierra, Los Brujos de Ilamatepeque, Constructores, Destacamento Rojo, Operación Gorila, Cipotes, Con la misma herradura, Bajo el signo de la paz, El camino de mayo, Jacinta Peralta, Cuentos Completos y Biografía de un machete permaneciendo inéditos casi veinte libros más.
Ramón Amaya Amador inició su vida periodística en 1941 como redactor, primero, y como jefe de redacción, después, del periódico El Atlántico, de La Ceiba, fundado y dirigido por Ángel Moya Posas. Posteriormente, el 8 de octubre de 1943, Ramón Amaya Amador fundó en Olanchito, con Dionisio Romero Narváez, el semanario Alerta, contando con la valiosa colaboración de su compañero Pablo Magín Romero.
Exilio
El
escritor abandonó su patria en 1944 debido a la persecución del cariato,
radicándose en Guatemala, en donde trabajó como editorialista de Nuestro
Diario, durante el régimen democrático del doctor Juan José Arévalo, entregando
también sus colaboraciones al Diario de Centro América, El Popular Progresista
y Mediodía. A la caída del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, nuestro
compatriota se asiló en la sede de la Embajada Argentina, viajando a aquella
nación del sur. En Buenos Aires laboró en la editorial «Ariel» y en Sarmiento,
un periódico de educación popular, editado en la ciudad de Córdoba.
El
19 de mayo de 1957, Ramón Amaya Amador retornó a Honduras, acompañado de su
esposa Regina Arminda Funes, originaria de Córdoba, Argentina; en ese año
ingresó a la redacción del diario El Cronista, de Alejandro Valladares, y fundó
en Tegucigalpa, con Luis Manuel Zúniga, la revista Vistazo.
El
Círculo Literario Hondureño le rindió un homenaje en el Paraninfo de la
Universidad Nacional Autónoma en Tegucigalpa el 11 de noviembre de 1958,
interviniendo en el acto el rector Lisandro Gálvez y los estudiantes
universitarios Rafael Leiva Vivas, J. Delmer Urbizo y Oscar Acosta.
En
esa oportunidad, Ramón Amaya Amador leyó un extenso discurso de agradecimiento
en el que afirmaba que era la primera vez que en su patria recibía una honrosa
distinción por sus trabajos en las letras y en la cultura. Este documento puede
considerarse como su testamento literario.
Muerte
El
24 de noviembre de 1966, en las cercanías de Bratislava, se accidentó el avión
soviético Ilushyn-18, de la línea aérea búlgara Tabso, pereciendo todos sus
ocupantes, entre ellos Ramón Amaya Amador y tres compañeros de trabajo en la
revista que hemos mencionado: el brasileño Pedro Motta Lima, el argentino
Alberto Ferrari y el japonés Sigho Kadzito.
Once
años después y tras arduas gestiones iniciadas por el poeta hondureño Oscar
Acosta (en ese entonces Embajador de Honduras en España) y que duraron cuatro años,
se logró la repatriación de los restos mortales de Ramón Amaya Amador los que
fueron enviados de Checoslovaquia a Madrid y luego trasladados a Tegucigalpa en
septiembre de 1977, permaneciendo la urna con las cenizas de Amaya Amador en la
Sección Colección Hondureña de la Biblioteca de la UNAH.
La
comisión encargada del traslado estaba integrada por Oscar Acosta; Rigoberto
Paredes, Jefe del Departamento de Letras y Lenguas de la Universidad Nacional
de Autónoma de Honduras; Héctor Hernández, Presidente del Sindicato de
Trabajadores de la UNAH; Alejandro Gutiérrez, Secretario General de la
Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras, y Livio Ramírez Lozano,
Agregado Cultural de la Embajada de Honduras en Madrid.
Sin
embargo, la repatriación de los restos no impidió que durante casi una década
más, sus obras fueran perseguidas. Debieron transcurrir otros catorce años para
que el archivo principal con las obras inéditas de Ramón Amaya Amador escritas
en su largo exilio pudiera regresar a Honduras.
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